Organización de la Fraternidad Internacional Revolucionaria




1. La Sociedad internacional revolucionaria se consti­tuirá en dos organizaciones diferentes:
I. La familia internacional, propiamente dicha, y
II. Las familias nacionales; estas últimas deberán ser organizadas en todas partes de manera que queden siempre sometidas a la absoluta dirección de la familia internacional.
1. La familia internacional,
2. Compuesta únicamente por hermanos internaciona­les tanto honorarios como activos, es nuestra gran empresa revolucionaria. El éxito de esta dependerá entonces de la buena elección de los h. i. (hermanos internacionales).
Cualidades requeridas para entrar en la familia interna­cional.
3. Al margen de las cualidades indispensables para constituir el carácter revolucionario serio y honesto, tales como la buena fe, el coraje, la prudencia, la discreción, la constancia, la firmeza, la resolución, la entrega sin límite, la ausencia de vanidad y de ambición personales, la inte­ligencia, la práctica, es preciso además que el candidato haya adoptado de corazón, de voluntad y de espíritu todos los principios fundamentales de nuestrocatecismo revolucionario.
a) Es preciso que sea ateo y que reivindique con noso­tros la tierra, el hombre y todo lo que las religiones han llevado al cielo y atribuido a sus dioses: la verdad, la li­bertad, la justicia, la felicidad, la bondad. Es preciso que reconozca que la moral, fuera de toda ideología y de toda metafísica divina, no tiene más origen que la conciencia colectiva de los hombres.
b) Es preciso que sea como nosotros, enemigo del principio de autoridad y que deteste todas sus aplicacio­nes y consecuencias, ya sea en el mundo intelectual, ya sea en el mundo político, económico y social.
c) Es preciso que ame por encima de todo la libertad y la justicia y que reconozca con nosotros que toda orga­nización política y social, basada en la negación o incluso en una restricción cualquiera del principio absoluto de li­bertad, debe necesariamente llevar a la iniquidad o al de­sorden y que la única organización social racional, equi­tativa, compatible con la dignidad y la felicidad humanas será aquella que tenga como base, como alma, como única ley y por objetivo supremo la libertad.
d) Es preciso que comprenda que no hay libertad sin igualdad, y que la realización de la mayor libertad en la más perfecta igualdad de derecho y de hecho, política, económica y social a la vez, es la justicia.
e) Es preciso que sea federalista, como nosotros, tanto en el interior como en el exterior de su país. Debe com­prender que el advenimiento de la libertad es incompatible con la existencia de los Estados. Debe querer en con­secuencia la destrucción de todos los Estados y al mismo tiempo la de todas las instituciones religiosas, políticas y sociales, tales como Iglesias oficiales, ejércitos perma­nentes, poderes centralizados, burocracia, gobiernos, par­lamentos unitarios, universidades y bancos del Estado, así como los monopolios aristocráticos y burgueses. Con el objeto de que sobre las ruinas de todo eso se pueda ele­var por fin la sociedad humana libre, que se organizará en lo sucesivo no ya como hoy de arriba abajo y del centro a la periferia, por el camino de la unidad y de la concentra­ción forzosas, sino partiendo del individuo libre, y de la comuna autónoma, de abajo arriba y de la periferia al cen­tro, mediante la federación libre.
f) Es preciso que adopte, tanto en la teoría como en la práctica y en toda la amplitud de sus consecuencias, este principio: Todo individuo, toda asociación, todo munici­pio, toda provincia, toda región, toda nación tienen el de­recho absoluto de disponer de sí mismos, de asociarse o de no asociarse, de aliarse con quien quieran y de rom­per sus alianzas sin prestar ninguna atención a los deno­minados derechos históricos, ni a las conveniencias de sus vecinos. Y que esté firmemente convencido de que únicamente cuando sean formadas por la omnipotencia de sus atracciones y necesidades inherentes, naturales y consagradas por la libertad, esas nuevas federaciones de municipios, de provincias, de regiones y de naciones se convertirán en verdaderamente fuertes, fecundas e indi­solubles.
g) Es preciso, pues, que reduzca el sedicente principio de la nacionalidad, principio ambiguo, lleno de hipocre­sía y de trampas, principio de Estado histórico, ambi­cioso, al principio muy superior, mucho más simple y único legítimo, de la libertad: cada uno, individuo o cuerpo colectivo, siendo o debiendo ser libre, tiene el de­recho de ser él mismo, y nadie tiene el de imponerle su costumbre, sus hábitos, su lengua, sus opiniones y sus le­yes; cada uno debe ser absolutamente libre en su ámbito. A esto se reduce en su sinceridad el derecho nacional. Todo lo que va más allá de eso no es la confirmación de su libertad nacional propia, sino la negación de la libertad nacional de otro. Así que el candidato ha de detestar, como nosotros, todas esas ideas estrechas, ridículas, li­berticidas y por consiguiente criminales, de grandeza, de ambición y de gloria nacionales, buenas solamente para la monarquía y para la oligarquía, hoy buenas por igual para la gran burguesía, porque le sirven para engañar a los pueblos y agitarles los unos contra los otros para así someterles mejor.
h) Es preciso que en su corazón el patriotismo ocupe en lo sucesivo un lugar secundario y ceda el puesto al amor de la justicia y de la libertad, y que, llegado el caso, cuando su propia patria tenga la desgracia de separarse de él, nunca dude en tomar partido contra ella; lo que no ha de costarle mucho si está verdaderamente convencido, como debe estarlo, de que para un país sólo hay prosperi­dad y grandeza política gracias a la justicia y a la libertad.
i) Es preciso, en fin, que esté convencido de que la prosperidad y la felicidad de su país, lejos de estar en con­tradicción con las de los demás países, las necesitan para su propia realización, de que existe entre los destinos de todas las naciones una solidaridad final todopoderosa, y de que esta solidaridad, al transformar poco a poco el sen­timiento estrecho, y con frecuencia injusto, de patrio­tismo en un amor más amplio, más generoso y más racio­nal de la humanidad, ha de crear a fin de cuentas la federación universal y mundial de todas las naciones.
j) Es preciso que sea socialista en toda la acepción dada a esta palabra por nuestro catecismo revolucionario, y que se reconozca con nosotros como legítimo y como justo, que invoque con todos sus deseos, y que esté dis­puesto a contribuir con todos sus esfuerzos al triunfo de una organización social, en la cual todo individuo humano, al nacer a la vida, hombre o mujer, encuentre me­dios iguales de manutención, de educación y de instruc­ción para su infancia, y que más tarde, una vez llegado a la mayoría de edad, encuentre facilidades exteriores, es decir, políticas, económicas y sociales iguales para crear su propio bienestar aplicando al trabajo las diferentes fuerzas y aptitudes de que le dotara la naturaleza y que habrá desarrollado en él una instrucción igual para todos.
k) Es preciso que comprenda que así como la herencia del mal, que con demasiada frecuencia es incontestable en cuanto natural, es rechazada en todas partes por el principio de la justicia, asimismo, y según la misma ló­gica justiciera, debe ser rechazada la herencia del bien; al no existir los muertos, no pueden tener voluntad entre los vivos y, en una palabra, la igualdad económica, social y política del punto de partida para cada uno, condición absoluta de la libertad de todos, es incompatible con la propiedad hereditaria, con el derecho de sucesión.
l) Es preciso que esté convencido de que siendo el tra­bajo el único productor de las riquezas sociales, aquel que disfrute de estas sin trabajar es un explotador del trabajo ajeno, un ladrón, y que siendo el trabajo la base funda­mental de la dignidad humana, el único medio por el cual el hombre conquista realmente y crea su libertad, todos los derechos políticos y sociales no deberán pertenecer en lo sucesivo más que a los trabajadores.
m) Es preciso que reconozca que la tierra, don gra­tuito de la naturaleza para todos, no puede y no debe ser propiedad de nadie. Pero que sus frutos, en tanto que pro­ductos del trabajo, sólo deben corresponder a los que la cultivan con sus manos.
n) Debe estar convencido con nosotros de que la mu­jer, diferente del hombre, pero no inferior a él, inteligente, trabajadora y libre como él, debe ser declarada en todos los derechos políticos y sociales su igual. Que en la so­ciedad libre, el matrimonio religioso y civil debe ser sus­tituido por el matrimonio libre, y que la manutención, la educación y la instrucción de todos los hijos deberán ha­cerse de modo igual para todos, a expensas de la socie­dad, sin que esta, aun protegiéndoles contra la estupidez, la negligencia o la mala voluntad de los padres, necesite separarles de ellos; los hijos no pertenecen a la sociedad, ni a sus padres, sino a su futura libertad, y la autoridad tu­telar de la sociedad no debe tener otro objetivo, ni otra misión respecto de ellos que prepararles para la misma por medio de una educación racional y viril, basada únicamente en la justicia, en el respeto humano y en el culto al trabajo.
4. Es preciso que sea revolucionario. Debe compren­der que una transformación de la sociedad tan completa y radical, al implicar necesariamente la ruina de todos los privilegios, de todos los monopolios, de todos los poderes constituidos, naturalmente no podrá efectuarse por medios pacíficos. Que por la misma razón, tendrá en contra suya a todos los poderosos, a todos los ricos y a su favor, en to­dos los países, solamente al pueblo, con el apoyo de la parte verdaderamente inteligente y noble de la juventud, la cual, aun perteneciendo por nacimiento a las clases pri­vilegiadas, abraza la causa del pueblo por sus conviccio­nes generosas y por sus ardientes aspiraciones.
5. Debe comprender que esta revolución, cuyo fin único y supremo es la emancipación real, política, econó­mica y social del pueblo, ayudada sin duda y organizada en gran parte por esa juventud, sólo podrá hacerse en úl­timo término por el pueblo. Que habiendo sido completa­mente agotadas por la historia todas las demás cuestiones religiosas, nacionales, políticas, solamente queda hoy una cuestión, en la cual se resumen las demás, y que es la única capaz de conmover a los pueblos: la cuestión social. Que toda supuesta revolución, sea de independencia nacional, como la última sublevación polaca o como la que hoy predica Mazzini, sea exclusivamente política, constitucional, monárquica o incluso republicana, como el último movimiento abortado de los progresistas en Es­paña; que toda revolución semejante, al hacerse al mar­gen del pueblo y no pudiendo en consecuencia triunfar sin apoyarse en una clase privilegiada, y representar los intereses exclusivos de esta, será necesariamente contra­ria al pueblo, será un movimiento retrógrado, funesto, contrarrevolucionario.
6. Por consiguiente, al despreciar y contemplar como un error fatal o como un engaño indigno todo movimiento secundario que no tenga por objetivo inmediato y directo la emancipación política y social de las clases trabaja­doras, es decir, del pueblo, enemigo de toda transacción, de toda conciliación, imposible en el futuro, así como de toda coalición mendaz con aquellos que, por sus intere­ses, son los enemigos naturales de ese pueblo, no debe contemplar otra vía de salvación para su país y para el mundo entero que la revolución social.
7. Es preciso que comprenda al mismo tiempo que esta revolución, cosmopolita por esencia, como lo son igualmente la justicia y la libertad, sólo triunfará si, tras­pasando como un incendio universal las estrechas barre­ras de las naciones y haciendo derrumbarse en su marcha a todos los Estados, abarca primero Europa y después el mundo. Debe comprender que la revolución social nece­sariamente se convertirá en una revolución europea y mundial.
8. Que el mundo se dividirá necesariamente en dos campos, el de la vida nueva y el de los antiguos privilegios, y que entre estos dos campos opuestos, formados como en los tiempos de las guerras de religión, no ya por atracciones nacionales, sino por la comunidad de las ideas y de los intereses, deberá estallar una guerra de extermi­nio, sin tregua ni cuartel. Que la revolución social, con­traria por toda su esencia a la política hipócrita de no-in­tervención, que sólo favorece a los moribundos y a los impotentes, por el propio interés de su salud y de su pro­pia conservación, no pudiendo vivir y triunfar más que desarrollándose, no enterrará el hacha de guerra hasta ha­ber destruido todos los Estados y todas las viejas institu­ciones religiosas, políticas y económicas en Europa y en todo el mundo civilizado.
9. Que esta no será una guerra de conquista, sino de emancipación -de emancipación a veces forzosa, por cierto, pero siempre, y a pesar de ello, salutífera-, por­que sólo tendrá como objetivo y como resultado la des­trucción de los Estados y de su base secular, los cuales, consagrados por la religión, han sido en todos los tiempos el origen de toda esclavitud.
10. Que la revolución social, una vez bien encendida en un punto, encontrará en todos los países, en apariencia incluso en los más hostiles, aliados fervorosos y formida­bles entre las masas populares, las cuales, tan pronto como hayan comprendido tangiblemente su acción y su fin, no podrán hacer otra cosa que abrazar su causa; que será, por consiguiente, necesario elegir en su comienzo un terreno favorable donde pueda resistir al primer cho­que de la reacción, tras el cual, al crecer hacia el exterior, logrará triunfar sobre el furor de sus enemigos, federando y uniendo en una alianza revolucionaria formidable a to­dos los países que haya abarcado.
11. Que los elementos de la revolución socialista ya se encuentran ampliamente diseminados en la práctica tota­lidad de los países de Europa, y que con el fin de formar con ello una potencia efectiva, se trata solamente de ha­cer que se pongan de acuerdo y concentrarles. Que ello debe ser obra de los revolucionarios serios de todos los países organizados en asociación al mismo tiempo pú­blica y secreta, con el doble objetivo de ampliar el campo revolucionario, y de preparar al mismo tiempo un movi­miento idéntico y simultáneo en todos los países donde el movimiento sea en un primer momento posible, por me­dio de la alianza secreta de los revolucionarios más inteli­gentes de esos países.
12. No basta con que nuestro candidato comprenda todo esto. Es preciso que tenga pasión revolucionaria; que desee la libertad y la justicia hasta el punto de querer contribuir seriamente a su triunfo con sus esfuerzos, lle­gando a considerar un deber sacrificar por ellas su des­canso, su bienestar, su vanidad, su ambición personal, y a menudo también sus intereses particulares.
13. Es preciso que esté convencido de que como me­jor puede servirlas es compartiendo nuestros trabajos, y que sepa que al ocupar un puesto entre nosotros con­traerá, en relación a todos nosotros, el mismo pacto so­lemne que nosotros establecemos igualmente con él. Es preciso que tome conocimiento de nuestro catecismo re­volucionario, de todas nuestras reglas y leyes, y que jure observarlas siempre con una fidelidad escrupulosa.
14. Debe comprender que una asociación cuyo fin sea revolucionario debe necesariamente constituirse comosociedad secreta, y toda sociedad secreta, dado el interés de la causa a la que sirve y la eficacia de su acción, así como la seguridad de cada uno de sus miembros, debe es­tar sometida a una fuerte disciplina, lo cual, por otra parte, no es más que el resumen y el puro resultado del compro­miso recíproco que todos los miembros han establecido los unos en relación con los otros, y que por tanto es una condición de honor y un deber para cada uno someterse a ello.
15. Cualquiera que sea la diferencia de capacidades entre los hermanos internacionales, nosotros no soporta­remos más que un amo, nuestro principio y una sola voluntad, nuestras leyes, que todos nosotros hemos con­tribuido a crear, o que al menos hemos igualmente consa­grado por nuestro libre asentimiento. Aunque inclinándo­nos con respeto ante los servicios pasados de un hombre, apreciando siempre la gran utilidad que podrían aportar­nos unos por su riqueza, otros por su ciencia y en tercer lugar por su alta posición y su influencia pública, litera­ria, política o social, lejos de buscarlos por todas estas causas, nosotros veremos en ellas un motivo de descon­fianza, ya que todos estos hombres podrían aportar ya sean virtudes, ya sean pretensiones de autoridad, o la he­rencia de su pasado, y no podemos aceptar ni tales pre­tensiones, ni esta autoridad ni esta herencia, mirando siempre hacia adelante, nunca hacia atrás y sólo recono­ciendo como mérito y como derecho a quien sirva más activa y decididamente a nuestra asociación.
16. El candidato comprenderá que no se debe entrar en esta más que para servirla, y que por consiguiente tendrá derecho a esperar de cada uno de sus miembros utilidad positiva, y que la ausencia de tal utilidad, suficientemente constatada y probada, tendrá como resultado la exclusión.
17. Al entrar en nuestra organización, el nuevo her­mano deberá solamente comprometerse a considerar su deber con respecto a la sociedad como su primer deber, situando en segundo lugar tras él su deber en relación a cada miembro de la sociedad. A partir de ahora deberían dominar ambos deberes, si no en su corazón, al menos en su voluntad, por encima de todos los demás.
Mijail Bakunin


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