Filadelfia 1876, VI congreso de la Internacional




Por: Manuel Taibo



En julio de 1876 celébrase en Filadelfia una Exposición Universal conmemorando el centenario de la independencia de los Estados Unidos. Aprovechando esa oportunidad, el Consejo General de la Internacional (Nueva York) convocó una Conferencia o Congreso Internacional que puede ser considerado como el VII de la Asociación Internacional de los Trabajadores. En torno a una Exposición Universal había nacido la Primera Internacional y la organización de otros congresos obreros, pero la de Filadelfia no iba a ser una aportación positiva, sino, bien al contrario, a su nombre quedaría u8nida una de las páginas finales de la historia de la Internacional. Filadelfia estaba demasiado lejos de lo que había sido y continuaba siendo la cuna del movimiento obrero: de Europa. El movimiento obrero de los Estados Unidos no estaba suficientemente capacitado ni maduro como para asumir la dirección de la Internacional. El gran desarrollo industrial de la nación norteamericana no estaba en relación con el desarrollo político del proletariado, que descansaba en pequeñas minorías revolucionarias representadas en los diferentes grupos de inmigrantes, especialmente de nacionalidad alemana.

El Consejo General, desde el primer momento de su instalación en Nueva York, tropezó con enormes dificultades. Debió luchar en contra de toda clase de maniobras, viéndose obligado a suspender a los dos Consejos Federales que existían y asumir él mismo la responsabilidad de Consejo Federal para los Estados Unidos. Su secretario general, F. A. Sorge, el leal amigo de Marx y Engels, de Becker, de todo el grupo fiel a la Internacional, había dimitido de su cargo de secretario del Consejo, para el cual había sido designado en el Congreso de la Haya. Su dimisión fue otro rudo golpe para la Internacional, que perdía una colaboración inteligente y leal. “Con tu retirada –le decía Engels en una carta- la vieja Internacional ha dejado de existir.” En efecto, así fue.

Asistieron diez miembros del Consejo General, catorce delegados de la Federación norteamericana y varios delegados más de otras organizaciones de los Estados Unidos. De Europa, sólo asistió un delegado alemán. Las organizaciones de los demás países donde existían núcleos de internacionalistas y organizaciones no pudieron enviar delegaciones. Los días necesarios para el viaje, su elevado costo, dificultades políticas en ciertos países, imposibilitaban la asistencia.

Ante tal situación, el Congreso aprobó por unanimidad una resolución que decía:

Dado que la situación política de Europa es provisionalmente un obstáculo para la reconstitución de las relaciones exteriores de la Asociación Internacional de los Trabajadores, declaramos que el Consejo General de la Asociación Internacional de los Trabajadores está disuelto.

El Consejo General dejaba de actuar, pero el espíritu que inspiraba a la Internacional seguiría desarrollándose en el seno de la clase obrera. Al mismo tiempo que el Consejo General desaparecía, en los mismos Estados Unidos, los mismos que habían animado el sentimiento internacionalista, creaban el “Partido Obrero de los Estados Unidos”.

“La Internacional -decía Engels a Sorge en una carta el 12 de septiembre de 1874, anticipándose a los acontecimientos- dirigió diez años de historia europea hacia un lado, el lado donde reside el porvenir; puede con orgullo mirar el trabajo realizado...” “Yo creo -añadía- que la próxima Internacional, cuando los escritos de Marx durante algunos años hayan producido su efecto, será netamente comunista y enarbolará absolutamente nuestros principios...”

Los reunidos en Filadelfia, antes de separarse, lanzaron al proletariado un manifiesto que, entre otras cosas decía:

“¡La Internacional ha muerto!”, va a exclamar de nuevo la burguesía de todos los países, y mostrará con ironía y alegría las sesiones de este Congreso como la prueba material de la derrota del movimiento obrero mundial. ¡No nos dejemos influir por los gritos de nuestros enemigos!

Hemos renunciado a la organización de la Internacional por razones que tienen su origen de la situación política presente de Europa, pero en desquite vemos los principios de nuestra organización cada vez más adoptados por los trabajadores emancipados de todo el mundo civilizado.

¡Demos a nuestros camaradas trabajadores de Europa algún tiempo para reforzar sus organizaciones nacionales, y pronto ellos serán bastante fuertes para derribar las barreras que se han levantado entre ellos y los obreros de las otras partes del mundo!

¡Camaradas! Habéis abrazado los principios de la Internacional con toda el alma y llegaréis a extender el círculo de vuestros adherentes hasta sin nuestra organización. Ganaréis nuevos campeones que lucharán por la realización de nuestros propósitos. Los camaradas de América os prometen guardar con fidelidad y cariño lo que deben a la Internacional hasta que circunstancias más favorables unan de nuevo a los obreros de todos los países en una lucha común y que, más fuerte que nunca, resuene nuestro grito de reunión: “¡Proletarios de todos los países, uníos!”

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